Día del Libro recordando a Dickens
No, Stefan Sweig no habla ni de un futbolista guaperas, ni del cantante melódico de turno ni de la avispada escritora que ha encontrado un filón de oro hilvanando simplezas con sobresaltos. No, Sweig habla de cosas que ya no pasan en el siglo XXI, ¡hasta ahí podíamos llegar!:
“La popularidad de este autor no ha tenido parangón en ninguna época: si no aumentó en el curso de los años fue simplemente porque la pasión llegó al límite de lo posible. Cuando Dickens se decidió a leer en público, cuando apareció por primera vez cara a cara ante sus lectores, Inglaterra fue presa del delirio. La gente asaltó la sala, la llenó hasta los topes, algunos entusiastas se colgaron de los pilares, otros se arrastraron bajo la tribuna, solo para poder oír al adorado escritor. En Estados Unidos la gente durmió sobre colchones extendidos ante la taquilla las noches más rigorosas del invierno y los camareros le traían comida de los restaurantes cercanos, pero la aglomeración fue imparable Todas las salas resultaban demasiado pequeñas y finalmente se tuvo que acondicionar una iglesia de Brooklyn como sala de conferencias para el escritor. Desde el púlpito leyó las aventuras de Oliver Twist y las historias de la pequeña Nell. Su fama no era fruto de una moda pasajera; arrinconó a Walter Scott, durante toda su vida hizo sombra al genio de Thackeray, y, cuando la llama se extinguió, a la muerte de Dickens, el mundo inglés entero se resquebrajó. Gentes desconocidas comentaban entre sí la noticia en la calle, la consternación de apoderó de Londres como después de una batalla perdida. Lo enterraron en la abadía de Westminster, el panteón de Inglaterra, entre Shakespeare y Fielding; miles de ciudadanos se agolparon ante su sencilla sepultura, que permaneció durante días inundada de flores y coronas.”
Stefan Sweig: Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievsky) Acantilado.
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