Tener más que decir

María Montessori
El taxista, mañana lánguida y gris como una vida a golpe de cafés en la misma barra de siempre, sale de la parada acelerando antes de un brusco frenazo. Madres o abuelas cruzando rápido a la par de las mochilas de colores disney con trenzas rubias y calcetines blancos hasta medio pantorrilla. El taxista, manos de violinista sensato apoyadas en lo cotidiano, recrimina, ventanilla al vuelo, que la primera lección del día sea la de cruzar el semáforo en rojo. Ojos sorprendidos, gafitas naranja sobre la nariz de las rubias trenzas, testigos del parloteo aturdidor de la madre o abuela que ha incitado a cruzar el semáforo en el último parpadeo del verde permisivo.
¡Y aún tiene algo más que decir! El taxista resume en este dicho o frase casi hecha o lugar común su áspero sentir ante las palabras vacías que poco pueden justificar frente a la evidente temeridad de hacer cruzar a los niños con el semáforo en rojo.
Lluvia sucia tras los cristales en el asfalto de la ciudad triste mientras revolotean a mi alrededor las atónitas exclamaciones de ¡Y aún tiene algo más decir!
Tiene algo más que decir quien no tiene argumentos convincentes con que rebatir los argumentos del contrario pero, a pesar de todo, tiene algo más que decir, cuchillo mordaz o escondrijo en el que restañar las heridas de la presunción.

Esta anécdota o fogonazo o cuadro de costumbres reciente me ha llevado a reparar en que vivimos en un mundo en el que siempre se tiene algo más que decir aunque sea nada lo que se dice. La niña de las trenzas ha aprendido esa mañana que se puede pasar el semáforo en rojo siempre que se disponga de artillería vocal necesaria para decir, ante la admonición, la última palabra. Hace unos años di clase a unos alumnos de 1º de ESO especialmente voraces en su locuacidad. Escribí en la pizarra un conocido proverbio árabe que debían tener rotulado en la primera hoja de la libreta: "Si lo que tienes que decir no es más hermoso que el silencio, calla". Paradójicamente, ahora que las nuevas formas de comunicación tecnológica ponen en riesgo la comunicación lingüística, el silencio -los silencios- se ha(n) visto despojado(s) de su encanto inefable.

La falta de comunicación, la indiferencia hacia el otro, deviene con frecuencia en verborrea vana y molesta de significados imprecisos y formas vagas. Esta imprecisión no es endemia de una plebe adherida al entorno de su nido sino que aqueja también a muchos personajes públicos de los que esperamos un bagaje cultural sólido aunque solo sea por el contacto profesional con individuos de variada instrucción.  Políticos, artistas, periodistas, comunicadores y demás gurús emergen como las florecillas en las rendijas de los tejados para decir que su líder es "grande", que su partido es "mucho partido", que hay programas que "hacen sentir". En las redes sociales cualquier pensamiento profundo obtiene una respuesta simple que se limita a tres enunciados vacíos:"¡Grande!", 👍 o 😊.

Y casi nadie tiene algo más que decir.

Es triste.

Es triste comprobar en las clases de Lengua y Literatura el respiro que supone hacer ejercicios descontextualizados de gramática y sintaxis y el  desasosiego incómodo que sobreviene ante el anuncio de tener que comentar algún tipo de texto más o menos hermoso, profundo y literario. Sobre todo cuando la profesora pide que se eviten  respuestas como "Me gusta el poema porque es fácil de entender y me gusta lo que expresa".

Estos días he comprobado en un grupo de 4º de ESO  que, aunque la travesía puede ser lenta y espinosa, es posible rescatar al genio dormido en el fondo del alma con las clases de literatura. Enternecidos poemas, escenas teatrales impactantes y sosegadas narraciones han salido de sus plumas tras la lectura de los tres poemas que les dejo a continuación.

Tres poemas sobre Ulises y Penélope

En un mar infestado de idioteces y emojis, desde la escuela tenemos la obligación moral de nadar contracorriente hasta conseguir que nuestros alumnos y alumnas tengan mucho más que decir. 

Comentarios

Wineruda ha dicho que…
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