La sirenita

Enri Canaj

Uno de los episodios más conocidos de La Odisea es el Canto XII.  Tras regresar del infernal Hades, Odiseo descansa con sus hombres en los territorios de la maga Circe. Es un descanso pasajero porque tanto Ulises como sus compañeros desean llegar a Ítaca, su hogar,  pero deben aún enfrentarse a peligros que ponen en riesgo su vida.  “Sometidos dos veces a muerte  cuando una vez sola la padecen los otros”  dice Circe al héroe. Muchos son los acechantes peligros  pero el más inmediato son las sirenas, esos seres maléficos que atraen a los hombres con sus sonoros cantos. 
La Odisea es un poema épico en la que el protagonista (Odiseo/Ulises) emprende un viaje de regreso a Ítaca, su hogar, tras salir victorioso de  la guerra de Troya. Los peligros a los que se enfrenta en el mar hacen que, después de diez años batallando, invierta otros diez antes del ansiado regreso. La obra, cuya lectura adaptada debería darse a conocer en los institutos, está atribuida a  Homero, poeta griego que la escribió en el siglo VIII a.C. sin sospechar que casi treinta siglos más tarde el Mediterráneo seguiría siendo ese mar funesto en el que una parte de la humanidad se enfrenta a engendros perversos, a monstruos malignos que tratan de impedir el viaje.
Ítaca no es ahora el hogar añorado. Los odiseos contemporáneos no han vencido en  una guerra lejana ni desean regresar a su hogar. Los odiseos contemporáneos huyen de sus hogares en guerra y de la muerte buscando Ítacas desconocidas donde empezar a  vivir. Huyen en sus negras naves hacia los confines del Océano porque en el infernal Hades de sus hogares no hay  esperanza posible. Huyen con la ilusión de encontrar a las sirenas, esos seres inmortalizados por Andersen (y azucarados por Disney) como mujeres  hermosas y tristes que luchan por un sueño imposible. Cuando parten al amanecer — “la aurora de rosáceos dedos” — no saben que ningún dios ha alisado las olas y que en el viaje un “turbión de mortíferos fuegos con tablones de barcos arramblan y cuerpos de hombres”.
Cuando encuentran a las sirenas descubren que nada tienen de agradables y que están acompañadas de otros seres maléficos como Caribdis, Escila y Salvini (el ministro del interior italiano está, por supuesto, en la Odisea, porque en su ceguera Homero sin saberlo anticipó el futuro). Tiene tentáculos deformes, horrible cabeza, sonrisa henchidas de muerte sombría. Su corazón es negro y duro como el chapapote.
Mientras hombres, mujeres y niños mueren en el mar, mientras les cierran con cuchillas las fronteras, mientras un desgarro angustioso tronza como sábana vieja a las familias, una piara de cerdos adormecidos (hechizados por la magia de un consumismo salvaje y digital) pulula entre la indiferencia y el desprecio, ajeno a la tragedia que no golpea en su puerta.
Salvini y sus sirenas entonan  cánticos mortales exhalando dulcísima voz. 

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