Relato: "Sin habitación propia"
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Virginia Wolf por Cinta Arribas |
“El hombre se transformó en recuerdo
y el aire recuperó su aliento”. Lola Grecia terminó de escribir el verso en
su libreta de anillas y llevó su mirada
hacia el reloj de la cocina. Era ya la hora de calentar la sopa y de preparar
los bocadillos. Todos los martes, al llegar del entrenamiento, sus hijos
y su marido cenaban de bocadillo. La sopa era para ella, que prefería algo
ligero. Guardó la libreta en un cajón y, con este acto mínimo y mecánico, la Lola
Grecia de los versos se difuminaba entre el cucharón para el caldo y las
cerillas, se perdía entre embutidos y
panes procesados y desaparecía como si
nada con el posado danzante del mantel sobre la mesa. Ahora solo existía, ojeras en ristre, la
rapidez malhumorada de Marijose.
La familia abrió la puerta del
día invernal y una bocanada de sudor y hojas de eucalipto se coló por el
pasillo y se quedó allí un buen rato confusa y desubicada. Marijose apuntó mentalmente “confusa y desubicada como hoja de eucalipto
en el pasillo” mientras repartía calzoncillos y ponía vasos y servilletas sin olvidarse de encender
el televisor. Mientras abría la ventana
y pasaba la fregona al suelo del baño vio su reflejo en el espejo agrietado por
el vaho. ¿Qué había pensado de las hojas
de eucalipto? Cuando Lola Grecia desaparecía se llevaba con ella la capacidad
de retener los versos. Cerró los ojos
culpándose por no tener la libreta de anillas cerca, de permitir que Lola Grecia se la
llevara. Comprimió su desazón mientras
aplastaba la botella de agua vacía, recogía las migas del mantel, ponía en su
lugar el mando de la tele, cerraba persianas, limpiaba botas, recordaba el
lavado inexcusable de dientes, prometía ir a la cama cuanto antes.
Sobre la mesa, la sopa fría la
observaba con desgana. Marijose le devolvió la mirada. Lola Grecia era una hoja
de eucalipto que se perdía en la lejanía.
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