Cuento de otra navidad
Ahora que estoy descubriendo las obras descatalogadas de ese gran escritor del que ya he hablado en otras ocasiones,Wenceslao Fernández Flórez, quiero compartir con vosotros un cuento suyo con marco navideño que me encanta. Es la historia de un niño mendigo, lazarillo de su abuelo ciego, que se enamora de una niña rica. El niño, que siempre tuvo "el vicio de soñar", en las largas jornadas mendicantes se entretiene soñando con su amada e imaginando que... Pero es mejor que lo leáis, aquí está:
Gatos callejeros soñando despiertos. |
Todos los días mi abuelo y yo nos situábamos cerca del pórtico de san Cosme. Mi abuelo era alto, era enjuto: entre la orla de sus barbas enmarañadas, la roja nariz semejaba un grueso goterón de sangre a punto de resbalar de la frente hasta el pecho; sus ojos sin luz estaban siempre abiertos. Cuando entraban los fieles en la iglesia, los niños lo miraban temerosos y se apretaban contra sus madres. A veces aún sueño yo con él y lo veo tal como era, encorvado ya por la edad, envuelto en su sucia zamarra, apresando aquel grueso garrote con que tanteaba el suelo al andar. Siento aún, entonces, la presión de su enorme mano nudosa en mi hombro de lazarillo. Cuando la desdicha me amarga, aquella presión parece hacerse amistosa y decirme:
_ ¡Eh, pequeño Esteban, acuérdate de aquellos tiempos nuestros!... ¿No te parece que, por mal que te vaya ahora, eres feliz?...
Vivíamos en la boardilla de todos los cuentos de mendigos. La conocéis bien para que os hable yo, una vez más, de las puertas mal ajustadas por las que el viento helado penetra, y del roto colchón tendido sobre las tablas del piso y de la estrecha ventana donde un vidrio quebrado no había sido sustituido jamás. Mis hermanos se arrastraban como vermes entre los destartalados cachivaches, con las piernas rojas al aire. En las noches de lluvia, una gotera simulaba en la estancia un apagado ruido de reloj: “tac-tac”, “tac-tac...” Os digo en verdad que era una vida miserable. La costumbre llega a atenuar los sufrimientos; pero aún así, cuando yo pude izarme por la cadena de un buque y esconderme en la sentina, cuando sentí la trepidación de las máquinas que nos impulsaban hacia América, tuve la más grande alegría de mi vida.
En aquellos tiempos, ya tenía el vicio de soñar. SEGUIR LEYENDO
En Tragedias de la vida vulgar, editado por Ediciones 98.
En Tragedias de la vida vulgar, editado por Ediciones 98.
Comentarios
Felices fiestas.