Wislawa, Andersen y la generación blandita


Del fotógrafo húngaro André Kertezs. Niños gitanos, 1926. Ventana a un mundo sin red.

El niño aspira el zumo terriblemente azucarado hasta dejarlo en los huesos. Sin apenas respirar no es siquiera consciente de su sabor, que no le importa, engullente compulsivo de un mundo que no le ha sido ofrecido para saborearlo. La mano familiar que insertó la pajita en el himen del tetrabrik altamente contaminante ata ahora cordones, limpia mocos y ofrece  cachitos de jamón cocido con lechosa blandura de un pan que no lastima los tiernos dientes a los que nadie ha preparado para pinchar con mordiscos de ortiga si la vida  desvía sus railes fuera del tobogán vallado.
La mano complaciente busca para su hijo un mundo que no forma parte de este mundo. O puede que sí. La mano complaciente alza el oído alerta a todos los peligros que fisgonean por la ciudad escondidos en esa arquitectura del miedo y de la intimidación de la que habla Zygmunt Bauman en Vida líquida.

Sorprendida por un verano anticipado a principios del mes más cruel (releyendo a Eliot como antibiótico contra la narcosis), observo a ese niño en el parque mientras decido si tiene sentido recordar en la biblioteca de un centro de secundaria que cada dos de abril, coincidiendo con la fecha de nacimiento del escritor Hans Christian Andersen, se celebra el Día Internacional del Libro Infantil. Me gustaría decirles alguna vez a mis alumnos que el Andersen que conocen a través de las versiones Disney no tiene nada que ver con el hombre atormentado y feo que tuvo una infancia difícil, realmente muy difícil, y al que, debido a su dislexia, no le iban muy bien las cosas en la escuela.

La editorial Malpaso ha publicado hace unos meses un libro  que recoge breves reseñas que Wislawa Szymborska fue escribiendo durante años. Como bien sabemos los que aprendemos de Wislawa, leerla es dar pasos hacia adelante fijando en la memoria todas las piedras del camino que nos va mostrando con su sonrisa irónica y valiente. Uno de los primeros artículos de ese libro lo ha titulado La importancia de asustarse y está dedicado a Andersen y a sus cuentos de hadas.  Dice Wislawa que a los niños les encanta asustarse con los libros, que los niños  sienten la necesidad natural de vivir grandes emociones. Pensando en Wislawa, en Andersen, en las infancias arrebatadas por las diferentes formas de crueldad adulta  y viendo al niño del zumo entiendo que la infancia, ese cosmos que nos forma y nos deforma, necesita hoy más que nunca historias que trasporten a los niños a un mundo  en el que la fantasía, cual grieta que rasguña, muestre la realidad en su valiente desnudez.

En el prólogo al primer tomo de los Cuentos completos de Andersen publicado por Anaya (y ya descatalogado), Gustavo Martín Garzo comienza hablando de un término (acuñado por J.R.R. Tolkien) que yo no conocía: eucatástrofe, "la bella catástrofe", que viene a significar que, a pesar de todas las dificultades y tristezas a las que tendremos que enfrentarnos, el mensaje de los cuentos es que la vida merece la pena. Martín Garzo cree que Andersen es "uno de los autores en los que late de una forma más decisiva esta visión a la vez trágica y luminosa de la vida".

Al niño de la pajita sus padres lo han acristalado en un mundo tan luminoso que corre el riesgo de no entender que la tragedia, la muerte y los volantazos del destino forman parte de una vida que incluye también a los demás.

 Andersen no debería estar descatalogado.





Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Pues sí, el tobogán vallado y la vida acolchada es a lo que lo políticamente correcto te induce, eso sí, la vida es mucho ma fuerte y los cuentos auténticos enseñan eso. Yo tenía de pequeña una compilación completa de los cuentos de Andersen con grabados antiguos de la época, ya no me acuerdo de quien, y verdaderamente daba mucho miedo, pero eran mucho más reales y honestos que el venenito claro aliñado con ignorancia que nos hacen ingerir, en el fondo, a todos.
Qué bonita y necesaria reflexión.
Chus ProfedeLengua ha dicho que…
Translucidoh, justamente ayer en El País Semanal, Javier Marías publica un artículo: Generaciones de mastuerzos (http://elpaissemanal.elpais.com/columna/violencia-javier-marias/) que refleja (mucho mejor que yo, por supuesto) las consecuencias de una educación "blandita". Los primeros "blanditos" tienen ya hijos y son los que pegan e insultan a profesores, médicos y padres del equipo rival cuando las cosas no salen como su limitado universo lo requiere. No son salvables, es cierto, pero sus hijos sí. Desde la escuela no podemos hacer más que amueblarles la cabeza un poco, hacerles reflexionar, ayudarles a canalizar sus frustraciones y a que comprendan que solo son alguien en relación con los demás. La literatura no es la panacea pero ayuda en el camino. Y Andersen (en versión original y tratado con entusiasmo) -estoy convencida- puede enseñar mucho.
Que tengas un buen día.
Wineruda ha dicho que…
Hola

Supongo que dejar limpia la vida (el camino) de las personas en la niñez y en la adolescencia será idea del mismo tipo (seguro que es un laureado estudioso de la vida, digamos un pedagogo por ejemplo) que cree que esas mismas personas ya no son su problema cuando son adultos.

un abrazo
Chus ProfedeLengua ha dicho que…
Wineruda, ahora se me ocurre pensar que ese modelo de educación acolchada en la niñez es un plan perverso por parte de quienes necesitan adultos débiles e inmaduros que inunden las salas de espera de psicólogos-estrella y compren libros de autoayuda de gurús multimillonarios, de la misma manera que la ingesta de comida basura beneficia, sobre todo, a las empresas de productos milagro para adelgazar. ¿Nos engañan y no nos enteramos? Me temo que sí.
Un abrazo.

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