La llovizna y la intangible suavidad de la censura
Otra vez Zdzislaw Beksinski |
Hay un tipo de lluvia fina y menuda que según la definición de la RAE "cae blandamente", es decir, parece que apenas moja ni molesta. "Blando" es un término cargado de connotaciones amables: "suave, benigno, apacible"; aunque referido a las personas indica "debilidad de carácter". Los débiles de carácter, los pusilánimes no tienen valor para enfrentarse a las situaciones comprometidas. Hamlet, por ejemplo, era suave, benigno y apacible, pero también era pusilánime y su falta de valor y decisión provocó una tragedia de tales dimensiones que acabó con un reino. La llovizna no puede acabar con un reino pero su persistencia imperceptible y tenaz puede hacer que nos sintamos incómodamente empapados sin haber sido conscientes de que eso podía suceder. No ser conscientes de lo que puede suceder es más peligroso de lo que parece pues puede acabar con un reino o, por lo menos, con un estilo de vida o con una manera de ver el mundo, o de enfrentarse a él, o de estar en él. En El mundo de ayer, Stefan Sweig relata como todos, incluido el novelista, no eran conscientes de la gravedad de los indicios que seguían su curso hacia el gran cataclismo. "¿Qué tenía que ver el archiduque muerto y enterrado con mi vida? Era un verano espléndido como nunca..." No veían "las señales de fuego en la pared". Cuanto más lo ojeo más me parece El mundo de ayer un revulsivo contra el adormecimiento que nos ocupa aunque me temo que son pocos los que se van a adentrar en su lectura: "Y tan solo varias décadas más tarde, cuando las paredes y el techo se desplomaron sobre nuestras cabezas, reconocimos que los fundamentos habían quedado socavados ya hacía tiempo y que, con el nuevo siglo, simultáneamente había empezado en Europa el ocaso de la libertad individual".
Stefan Sweig retrata en estas memorias las vicisitudes de las primeras décadas del siglo XX pero sus percepciones de la realidad son pavorosamente aplicables al mundo de hoy.
Muchos son los indicios que así lo revelan. Algunos, como la lluvia mansa que empapa sin ser vista ni oída, nos dirigen al ocaso de la libertad individual. Ahora que hemos vendido el alma al diablo a través de una armazón de redes de araña y la aceptación confiada de sus condiciones, ahora que el capitalismo fiero acaricia nuestro rostro con despiadada zarpa, ahora que la luz al fondo del túnel nos acomoda en la distopía de un progreso que, de conocer sus albañales, solo quisiéramos en la ficción, ahora, digo, un haz de señales en el aire, como un sol rojo rebosante de incendios atroces, nos recuerdan que la libertad de expresión acaba cuando uno menos se lo espera. Para muestra, el juicio a un joven de Jaén por difundir en las redes un fotomontaje con su rostro en la imagen de un Cristo. Su atrevimiento resultó ofensivo para el colectivo adorador de la imagen en un país donde no resultó ofensiva la restauración del Ecce Homo de Borja, convertida en icono artístico y cultural de un estado que lleva a juicio a unos titiriteros cuya función teatral no ha querido ser entendida. Los indicios, fenómenos que permiten inferir la existencia de otros no percibidos, irrumpen sigilosamente en los albores de un siglo que asume la libertad como signo de identidad de épocas pasadas, como la que acogió el expresionismo revolucionario de Egon Schiele, que pero que, envuelta en las mantas cálidas de su entumecimiento, prefiere el selfie banal y memo al ejercicio consciente, crítico y artístico de la libertad. Quizás no quede ya nadie cuando vengan a por nosotros.
Comentarios
Lo peor de todo es que era previsible, los que dominan el mundo no necesitan ni ser oscuros o estar ocultos ni hacer movimientos secretos...somos tan imbéciles...
un abrazo
Tus amigos tienen razón. El arte, la filosofía y la literatura no sirven para la "cultura" del ocio, para el mundo de comodidades inmediatas ni para el objetivo vital del consumismo salvaje. Pensar duele, exige lentitud y tiempo y obliga a tomar decisiones de las que tendríamos que ser responsables. Es curioso como en esta época de desprecio al pensamiento y a la reflexión sosegada muchos son los que sin haber tenido nunca ningún contacto con la cultura opinan alegremente sobre cualquier tema y sobre cualquier campo del saber. Lo vemos en las redes sociales y en la tele. Así que (y lo digo con amargura) podemos hablar de nuevos humanistas, pero del desconocimiento temerario. Los filósofos de hoy son gurús mediáticos cuyas necedades levantan pasiones, "influencers" que no saben ni hablar; la literatura que vende masivamente está compuesta por pseudonovelistas de taller literario que escriben sus obras en treinta días y por pseudopoetas que plasman en papel su pensamiento inmediato e irrelevante. Si tuviera que resumir el espíritu de la sociedad posmoderna que nos invade me quedaría con el siguiente lema: "Come mierda, veinte mil millones de moscas no pueden estar equivocadas". Es triste, es cierto. Y somos imbéciles, también es cierto.
Pero también creo que no nos podemos dejar llevar por la desesperanza. Stefan Sweig acabó con su vida porque pensaba realmente que el mundo se desmoronaba con la II Guerra Mundial, le parecía imposible poder superar tamaña atrocidad. Pero el mundo se recuperó, siempre sin aprender de los errores, pero se recuperó. Quiero pensar que hay esperanza, que un humanismo real puede ser posible.
Un abrazo.