DEFENSA DE LA LITERATURA JUVENIL 1ª PARTE
CONFESIÓN DE UN CLASICISTA EMPEDERNIDO ARREPENTIDO
Sí, lo confieso, tengo un pasado oscuro. Por eso me escondo en un anónimo y anodino traje de correcto funcionario cumplidor y complaciente. No quiero que me descubran y hasta de mí mismo desconfío, creo que sería capaz de traicionarme. De hecho, no he podido evitarlo, creo que voy a tracionarme. Así, que si me ven por la calle, y me reconocen, apártense de mí, alejen sobre todo a sus hijos, llamen a la policía si no se sienten seguros, no me ayuden si me caigo. Piensen que aún puedo ser peligroso.
Sucedió hace muchos años - no tantos-, como en los cuentos, en un país no muy lejano, concretamente en este. Yo acababa de terminar la carrera de Filología Hispánica y desconfiaba de todo ser viviente que no fuera capaz de entender a la primera el sistema de las sibilantes medievales que a mí tanto me había costado comprender.
Como hombre de suerte que soy no tardé en encontrar trabajo como profesor sustituto en un selecto y privado colegio de teatral y barroco nombre que ¡cielos! ahora no logro recordar.
Calambres como rojas hormigas me recorren el cuerpo solo de pensar que estoy a punto de descubrirles mi crimen. Pertrechado de mi sabiduría penetré en la hostil y abigarrada aula atiborrada de espigados quinceañeros y les lancé a la cara la primera lectura obligatoria del curso: Poema de Mio Cid, ¡Sí! Versión original en la edición de Colin Smith de Cátedra Pata Negra. ¿Qué pasa? Y allí los dejé, a merced de los elementos, abandonados a su suerte frente a las traviesas y aviesas sibilantes medievales:
De los sos ojos tan fuerte mientre lorando
tornava la cabeça y estava los catando.
Vio puertas abiertas e uços sin cañados,
alcandaras vazias sin pielles e sin mantos
e sin falcones e sin adtores mudados.
¡Oh, prosa magnífica y magnética! Aunque no para los sentidos de mis espantados (¿y espantosos? pensarán algunos) alumnos adolescentes, incapaces con toda seguridad de entender algo más que el dibujo de la portada.
¿A qué no se lo imaginaban? Ahora que he confesado mi crimen, ¿saben?, no me siento más aliviado, no me he quitado ningún peso de encima porque sé que no me perdonan, que cuando me vean por la calle dirán: "Mira, ahí va el que mandó leer el Poema de Mio Cid en versión original a sus alumnos de quince años" y en este reproche va implícita una callada aversión al pobre y paciente Per Abbat, quien en la humedad de su celda copiaba hasta la ceguera -culpable él de la transmisión- los versos de incalculable valor que yo no supe preservar.
Comentarios
Tanto sistema de sibilantes y al final ya no me acuerdo de nada ¿Y tú? jajajaja
Besiños y ánimo, que ya queda poco