DE JARDINES Y VOCACIONES

Tengo un jardín pequeño, aunque a veces parezca una selva. Es un jardín lleno de arbustos. Los voy plantando caprichosamente según les echo el ojo. Compré un magnolio que hace honor a la sugerencia de su nombre: crece magnífico aún en su tierna infancia, mostrando unas hojas imponentes, excesivas, como para acallar las quejas de sus escasas flores, que no parecen querer mostrarse. Compré después un acebo, pequeño e insignificante, tocado por la modestia característica de ciertas personas que, sabiéndose admiradas, no se significan y van por la vida escondiendo tras el disfraz de mendigo una inteligencia natural y una fructífera vida interior. Ahora, incapaz de enfrentarse al devenir de la naturaleza, ha pegado un estirón y luce, indolente ante las inclemencias del norte, sus hojas duras y brillantes y sus atrayentes bayas coloradas. Mi padre me dio un camelio de flores rojas que coloqué frente a otro de flores blancas. Se miran ambos por encima del hombro, decadentes y soberbios, conscientes de su prestancia ilustre. Planté también azaleas y rododendros; un arce de hojas granates y unos arbustillos de flores blancas y aroma delicado; una enfermiza gardenia, que, a pesar de sus males de espíritu, florece hermosa cada verano; una futinia voluble que no cambia de color cada estación, como me dijeron en la tienda donde me esperaba, sino cuando le da la gana, más atenta a los cambios de su humor que a la época del año. Rodeé mi jardín de madreselvas, bignonias, jazmines y glicinias. Planté hortensias, lirios, gladiolos, narcisos y flores de temporada. Para la tos, me regalaron un bálsamo; a su lado coloqué lavanda. Cogí del muro de un vecino unas ramas de romero trepador que, felizmente, enraizazon en varios muretes de mi jardín. Los veo crecer y, a veces, les hago fotos, como a mis hijas, para que algún día se puedan ver tal como fueron.

Contraté a un jardinero. Era un hombre mayor, jubilado. Amaba las plantas y arrancaba con manos feroces las malas hierbas. Enfermó el pobre y dejó su afición. Se acabaron los jardineros.

Varios son desde aquel día los que han hollado con sus desbrozadoras ciegas mi plácido jardín. El primero tenía 20 años, acababa de terminar un Ciclo de Jardinería y abandonó tras la primera sesión. El trabajo le pareció duro. Él pensaba que trabajar era otra cosa. Ahora es operario del ayuntamiento. El segundo hizo un corte limpio pero me dejó el bolsillo tieso (soy profesora, no la Duquesa de Alba, y el mío no es un jardín de ensueño decimonónico que acabe siendo Patrimonio de la Humanidad). El tercero ha venido ya tres veces. Me aterra pensarlo. Cada vez que lo llamo mis plantas enmudecen, conscientes de su desamparo. "¡Madre! - parecen implorarme-, ¿por qué nos has abandonado?". El aloe vera, regalo de mi amigo herborista, que crecía feliz a la sombra de un mandarino, fue el primero en ser decapitado. Era pequeño, y aunque estaba marcado con una vara, su verdugo no lo vio. La segunda vez pereció un rododendro. Está bien, lo admito, el jardín parecía una selva, pero el finado lucía su esplendor con sus visibles flores naranjas. También eché de menos a dos arbustillos de flores blancas y rosadas que acababa de plantar. Era verano. Ahora, en el otoño, lo ha vuelto a hacer. Sesgó el frágil tronco del jazmín, que se seca, desposeído del último hálito de vida, en el enrejado. El romero, que sin alevosía pero con nocturnidad yo me agencié, ha desaparecido como vino, furtivamente. Y todo esto, al módico precio de 20 euros la hora.

Por supuesto, no lo volveré a llamar. Me convertiré en jardinera. Yo soy una persona con vocación. Me gusta mi trabajo, aun con sus sinsabores, y me gusta mi jardín, aunque no sepa manejar un cortacésped.

Mi jardinero es un hombre sin vocación que corta con el mismo ojo clínico una mala hierba, un rododendro o una rodaja de chorizo porque mi jardinero no se preparó para trabajar en aquello que más le gustaba sino para trabajar en aquello que le solucionase la papeleta económica y , en este caso, el roce no hizo el cariño. Así les pasará a muchos de mis alumnos que no vislumbran su vocación. Y tanto les tiene estudiar periodismo como apuntarse a un ciclo de mecánica. Otros son manipulados genéticamente para que estudien algo que tenga salida, la que sea, ya que en sus casas la vocación se ve como un capricho de adolescente, como un grano más de la pubertad que tarde o temprano acabará secando, ¡Ja! A qué viene la niña diciendo que quiere estudiar Historia del Arte con la salida que tiene coger la optativa de Tecnología Industrial. Así se gesta un profesional sin vocación. Infeliz de aquel que no ama lo que hace. Y sobre todo, infeliz de mí, por qué, ¡a ver!, ¿dónde encuentro yo otro jardinero?

Comentarios

Negrevernis ha dicho que…
Cuánta razón... El último párrafo lo aplaudo, lo oigo muchas veces.
Un saludo.
Fata Morgana ha dicho que…
Como dijo Jack el Destripador, vayamos por partes:
1.Resulta que tenemos en común la afición a la jardinería. Yo tengo 3000 metros de jardín que cuido yo misma, así está... hecho una selva. Hago experimentos con gaseosa y me lo paso muy bien.
2.Aún teniendo vocación, Hortensia... qué difícil es mantenerla. Es como una planta que hay que alimentar, cuidar y regar... y yo ya va para tres años que estoy hambrienta, descuidada y sedienta. No salgo de la crisis.
3.Qué susto, cuando vi el título del post creí que ibas a hablar del Modernismo, jajajaja. No es mi época favorita ni tampoco la de mis chicos. Bueno, la de mis chicos no es ninguna.
Hasta otra, querida. Ya sabes que te sigo con denuedo.
Chus ProfedeLengua ha dicho que…
Negrevernis, veo que tú también eres de letras.¿Qué hubiera sido de nosotras si hubiesemos hecho caso a la coletilla de "eso no tiene salida"?
Querida Morgana, si yo tuviera 3000metros de jardín mis plantas, abandonadas a su suerte, se harían carnívoras. No te desanimes,las crisis son cíclicas, ¿qué tal un cambio de aires ahora que sale el concurso de traslados? Me pegas más en el bachillerato.
Miedo me da hablarles del Modernismo a los de 4º que tengo, estoy dejando la literatura para la 2ª evaluación, a ver si maduran en Navidades.
Besos. Nos leemos.

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